La modernidad estableció una nueva forma de apropiarse del mundo a partir de una mirada racionalista y utilitarista de aquello que rodeaba al ser humano. Dicha manera de observar la realidad se centró en una perspectiva que ubicaba al ser humano en el centro del universo, transformando todo aquello que le rodeaba. En esa búsqueda por encontrar el porqué de las cosas, no sólo con la intención de conocer el planeta sino el universo en su conjunto, desarrolló un poder sobre la naturaleza que le permitiría adecuarla a sus necesidades concretas.
En este sentido, el discurso construido por el racionalismo impulsaría el desarrollo de la ciencia moderna, la cual se configuró a partir de la forma en que el hombre se apropiaba de los objetos de estudio, estableciendo, al rededor de dichos objetos, un discurso que conducía a interpretar la realidad de forma unidireccional. Tal como lo plantea René Descartes en su Discurso del Método, el conocimiento de la realidad se establecería únicamente a través de preguntas que el ser puede construir, estableciendo así la centralidad de la razón en la estructura discursiva del hombre occidental y dejando de lado la perspectiva que otras culturas ya habían establecido en su relación con el saber.
En este punto, cabe pensar por un instante la manera en que se desarrolló el estudio de la botánica en la recién invadida y denominada “América”. Como lo expone Santiago Castro-Gómez en el libro La Hybris del Punto Cero, ciencia, raza e ilustración en la nueva granada (1750-1816) (2005), existe una fuerte relación entre el poder político expresado en el colonialismo y la dominación de las especies vegetales a través de grandes exploraciones. Como, por ejemplo, la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada realizada entre 1783-1808 y luego entre 1812-1816, por José Celestino Mutis, quién no sólo representaba una visión universalista del conocimiento, sino también expresaba la aparente necesidad humana de re-apropiar el conocimiento indígena renombrando las plantas por medio del uso del latín como lengua académica.
Dichas expediciones, tal como lo menciona Castro-Gómez, no sólo representaban la necesidad de comprender la realidad, sino de impulsar, también, un proceso de dominación epistémica de los saberes tradicionales que habían sido construidos durante siglos por las comunidades que habían habitado lo que ahora se conocía con el topónimo de “América”. Así, el poder colonial y la forma en que se leía el nuevo mundo, identificado únicamente como un espacio de dominación, impulsaría la construcción de taxonomías botánicas que renombrarían la naturaleza a partir de los principios pactados por occidente, dejando en el olvido el conocimiento primitivo y estableciendo, así, la supremacía del racionalismo sobre toda aquella construcción cultural que se distanciara de dicho método.
El conocimiento científico y la construcción de su discurso durante los primeros siglos de la Ilustración intensificaron, de este modo, la dominación de la naturaleza a través de un acto tan simple como nombrar de forma “científica” una planta. En este orden de ideas, se produjo un distanciamiento – y un rechazo – respecto a otras forma de apropiación y comprensión del mundo, donde se impuso una (única) episteme racionalista e ilustrada que opacaba otras formas de entender y relacionarse con el mundo. Como lo plantearía Michael Foucault en una reflexión sobre el ensayo “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración?” de Immanuel Kant (escrita en 1984 pero publicada hasta 1993), esa forma de humanidad instaurada por la modernidad sería la primera en autodenominarse como la máxima etapa del desarrollo científico: ella establecería los criterios verdaderos para la construcción del conocimiento.
En definitiva, la ilustración no sólo estableció la ruptura entre el conocimiento mágico religioso que se habría implantado durante más de quince siglos en la Edad Media, sino que también impuso un nuevo tratamiento del saber humano, predefiniendo la pregunta occidental como centro del saber y desplazando toda construcción de conocimiento que no aplicará sus métodos y que no se ajustara al discurso que se implantaría como fundamento de la razón. Tal y como lo expresaría Friedrich Nietzsche en La Gaya Ciencia, la modernidad lo único que logró fue intercambiar la posición de la fe por la de la razón humana: Dios ha muerto pero en su lugar se estableció el racionalismo como la medida y la explicación de todas las cosas.
Por: Juan Sebastián Sabogal Parra