Un hombre intoxicado de Dios. Sobre Spinoza: el filósofo que cuestionó la existencia del mundo

Por: Clare Carlisle y Yitzhak Y. Melamed

Traducción de: Iván Darío Ávila Gaitán

Hace diez años un manuscrito de la Ética, opus magnum filosófico de Baruch Spinoza, fue descubierto en los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano. El manuscrito, etiquetado como Tractatus theologiae y comentado en la última página por un funcionario de la Inquisición romana, había sido entregado al Santo Oficio en septiembre de 1677 por el médico y científico danés Niels Stensen, quien había sido miembro del círculo de Spinoza durante sus años de estudiante en Leiden, antes de convertirse al catolicismo («un médico excelente, convertido en un teólogo mediocre», se lamentó Leibniz). Mientras los rumores sobre el ateísmo de Spinoza circulaban por la cristiandad, Stensen denunció a su antiguo amigo en la corte del Santo Oficio, exigiendo «remedios» para detener la propagación de ideas «malvadas» y evitar que otros fueran «infectados» (non se n’infettino) por ellas. La Iglesia Católica agregó la Ética a su índice de libros prohibidos.

Resulta irresistiblemente irónico que hayan sido los censores de Spinoza en el Vaticano quienes, temerosos del ateísmo, conservaron un manuscrito de su obra más importante. Gracias a las inquietudes de la Inquisición del siglo XVII, los académicos del siglo XXI pueden examinar una versión completa de la Ética que data de los últimos años de su autor. En el otoño de 2011, la Universidad Johns Hopkins organizó una conferencia sobre el joven Spinoza y la primera oradora fue Pina Totaro, quien con su colega Leen Spruit había encontrado el códice del Vaticano el año anterior. Como el organizador de la conferencia estaba entregando fotocopias del manuscrito como preparación para su charla, resultó que un bibliotecario del Vaticano le había enviado un correo electrónico a Totaro la noche anterior, pidiéndole que no distribuyera escaneos del manuscrito. Lamentablemente, los caballos ya habían sido soltados y, por pedido del organizador, solo unas pocas copias volvieron galopando.

Presses Universitaires de France (PUF) está a punto de publicar una edición crítica de la Ética, presentando el nuevo texto latino obtenido a partir del manuscrito del Vaticano junto con las ediciones en latín y holandés del trabajo publicado poco después de la muerte de Spinoza. En su introducción al trabajo editorial, Pierre-François Moreau y Piet Steenbakkers describen cómo el manuscrito del Vaticano fue copiado apresuradamente del original de Spinoza en algún momento en 1674 o 1675 para EW von Tschirnhaus, el discípulo filosófico de Spinoza y el más afilado de sus corresponsales, que viajó de Amsterdam a Roma en 1677. Consiste en un paquete de diez pequeños cuadernos envueltos en papel y «hechos a la medida» para este viaje, no solo en un práctico formato de bolsillo, sino con el fin de disfrazar su contenido controvertido: «sin cobertura, sin título, sin autoría y sin índice”.

Spinoza murió antes de que el Vaticano prohibiera su Ética, pero ya había anticipado que esta traería problemas. En julio de 1675, no mucho después de que se hiciera la copia para Tschirnhaus, el filósofo de cuarenta y tres años le escribió a su antiguo corresponsal Henry Oldenburg, el primer secretario de la Royal Society, anunciando su plan para publicar un tratado de cinco partes. Spinoza había estado trabajando en su obra desde principios de la década de 1660, y ahora partía de su tranquilo hogar en La Haya a Amsterdam para llevar a cabo las labores de impresión. Sin embargo, en el otoño de 1675, le volvió a escribir a Oldenburg, esta vez con las noticias de que «ciertos teólogos» y «cartesianos estúpidos» se apresuraban a denunciar sus puntos de vista a las autoridades holandesas, ya que «se corrió el rumor de que cierto libro mío sobre Dios estaba en imprenta, y que en él intentaba demostrar la inexistencia de Dios”. Spinoza, cuyo lema personal era «Precaución», decidió retrasar la publicación.

Oldenburg le escribió desde Londres en noviembre, en busca de una aclaración sobre la posición religiosa de su amigo. Estaba especialmente preocupado por la visión que tenía Spinoza de la relación entre Dios y la Naturaleza: «mucha gente piensa que confundes estas dos cosas». En su respuesta Spinoza confesó: «estoy a favor de una opinión sobre Dios y la naturaleza muy diferente de la que los cristianos modernos suelen defender». Sin embargo, se alineó con tradiciones religiosas más antiguas, tanto judías como cristianas: «Que todas las cosas están en Dios y se mueven en Dios, afirmo con Pablo, y … con todos los antiguos hebreos, hasta donde podemos conjeturar de ciertas tradiciones, corrompidas como lo han sido en muchos sentidos». La referencia de Spinoza a «ciertas tradiciones» puede aludir a la literatura cabalista en la que la identificación de Dios y la naturaleza es omnipresente. En el hebreo premoderno, el significado literal de la cábala es «tradición», y en el siglo XVII la cábala era ampliamente considerada como una antigua sabiduría de los misterios del ser, cuyo verdadero significado se había corrompido a lo largo de los siglos.

Deus sive Natura, «Dios, o sea la naturaleza», es probablemente la frase más citada de la Ética, y a menudo se ha tomado como un eslogan para el espinozismo. A lo largo de los siglos, la fama (e infamia) de esta sorprendente frase ha desviado la atención de muchos lectores de las afinidades entre la doctrina de Dios de Spinoza y las teologías tradicionales. Como sugieren las inquietudes de Oldenburg, para la mayoría de sus contemporáneos cristianos Deus sive Natura fue una idea horrible, similar al ateísmo. Los estudiosos modernos que interpretan la Ética como un heraldo del secularismo científico hacen eco de esta reacción, aunque con un espíritu más positivo, al afirmar que Spinoza simplemente reduce a Dios a la naturaleza. Por el contrario, cuando los primeros románticos alemanes abrazaron a Spinoza retomaron la idea de que la naturaleza misma, considerada como Natura naturans, el poder dinámico y creativo de la «naturaleza», es divina.

Sin embargo, los lectores tienen que esperar hasta la Cuarta Parte de la Ética, titulada «Sobre la esclavitud humana, o el poder de los afectos», para encontrar la frase Deus sive Natura. La primera parte del libro, «Sobre Dios», define a Dios como una sustancia absolutamente infinita. De esto Spinoza infiere otras características de Dios, como la simplicidad, la singularidad y la eternidad. También argumenta que todo lo demás que existe son «modos» (o modificaciones) de la sustancia y, por lo tanto, constitucional y asimétricamente dependiente de Dios. La sustancia está en sí, «en sí misma» y es causada por sí misma; los modos están in alio, «en otro». Los conceptos de sustancia y modo de Spinoza sientan las bases para la afirmación, unas pocas páginas después en la Ética, de que «Lo que sea que exista, es en Dios».

A pesar de las tantas lecturas de la Ética que hacen de la expresión Deus sive Natura una piedra angular del sistema metafísico de Spinoza, decir que todo, incluido el mundo en su conjunto, está en Dios -una posición ahora llamada «panenteísmo»- es bastante diferente que afirmar que el mundo es Dios, la visión generalmente conocida como «panteísmo». El panenteísmo de Spinoza deja espacio para la idea de que Dios excede, o trasciende, la suma total de todas las cosas (o «modos»). El Dios de la Ética ciertamente trasciende lo que normalmente llamamos «naturaleza». Esto es inseparable del hecho de que el Dios de Spinoza trasciende el conocimiento y la experiencia humana. La esencia de Dios se expresa a través de una infinidad de atributos (o formas distintas de ser), pero tenemos acceso a solo dos de estos atributos: pensamiento y extensión.

Así que Spinoza no tergiversó su propia metafísica cuando le dijo a Henry Oldenburg «afirmo con Pablo», y junto a los escritores hebreos, que todas las cosas «son en Dios y se mueven en Dios», una referencia a Hechos 17:28. También tenía razón al señalar que su punto de vista difería de la enseñanza de los «cristianos modernos». Tras ser excomulgado por su comunidad judía cuando era joven, Spinoza vivió el resto de su vida en la República Holandesa, dominada religiosamente por los teólogos calvinistas de la Iglesia Reformada Holandesa. Aunque Calvino también tenía la costumbre de citar Hechos 17:28 para acentuar la dependencia humana a un Dios omnipresente, sus descripciones antropomórficas del carácter voluntarista de Dios hacen que sea difícil evitar imaginar a un Rey y Juez divino que gobierna sobre el mundo.

La separación entre Dios y la naturaleza que Spinoza, en 1675, reconoció como distintivamente «moderna» se agudizó en el deísmo del siglo XVIII, y encontró una expresión sorprendente en la imagen, popularizada por la teología natural de William Paley (1802), de un diseñador divino cuya relación con el mundo natural era análoga a la relación de un relojero con un reloj. Ahora podemos reconocer a esta deidad antropomórfica como el Dios de esos ateos modernos que caricaturizan la creencia religiosa como una fantasía de cumplimiento de deseos de una paternal figura cósmica. Visto de esta manera, los desafíos deístas y ateos a la religión tradicional, lejos de seguir los pasos de Spinoza, son decididamente antiespinozistas. Si las iglesias del siglo XVII hubieran sido más atentas a la Ética, podrían haber fortalecido mejor a su Dios contra los estragos del secularismo por venir. En cambio, tanto protestantes como católicos denunciaron a Spinoza como ateo.

A finales del siglo XVIII, sin embargo, surgió una nueva comprensión de la religiosidad de Spinoza. El filósofo lituano Salomon Maimon, admirado por Kant como «el más agudo y profundo de sus críticos», llegó a Spinoza después de estudiar el Talmud, la cábala y a Maimónides. En 1792, la Lebensgeschichte de Maimon, o Autobiografía, sorprendió a los lectores con la afirmación de que «es difícil comprender cómo el sistema de Spinoza podría haber sido diseñado para ser ateo, ya que los dos sistemas son diametralmente opuestos. El sistema ateo niega la existencia de Dios; Spinoza niega la existencia del mundo. Por lo tanto, el sistema de Spinoza realmente debería llamarse acosmismo».

Dado que la Ética afirma repetidamente que todo lo que existe, existe en Dios, Maimon tenía razón al enfatizar el compromiso de Spinoza con la existencia de Dios y con la inexistencia de cualquier cosa que no fuera (en) Dios. Pasando por alto la terca y pequeña palabra «en», Maimon argumentó que, para Spinoza, cualquier cosa que fuere es simplemente Dios. En sus conferencias sobre la historia de la filosofía impartidas en Berlín durante la década de 1820, G. W. F. Hegel adoptó literalmente la interpretación de Maimon de Spinoza como acosmista. Hegel también repitió la sugerencia irónica de Maimón de que los racionalistas leibnizianos, como Christian Wolff y Moses Mendelssohn, simplemente establecieron un acuerdo entre el acosmismo y el ateísmo cuando insistieron en la existencia de Dios y sustancias finitas.

Maimon ayudó a inspirar un nuevo espinozismo alemán, que encontró una expresión memorable en la descripción de Novalis de Spinoza como un «hombre intoxicado de Dios». De repente, el condenado ateo se convirtió en el héroe de una religiosidad romántica radical, que podría afirmar ser más religiosa que la ortodoxia tradicional (en la medida en que descubrió la presencia de Dios en todas las cosas), pero libre de las viejas ilusiones de un Dios antropomórfico y una fe antropocéntrica y de los abusos del clericalismo. Heinrich Heine resumió este punto de vista en su Geschichte der Religion und Philosophie in Deutschland (1835): «Sólo la malicia o la falta de juicio podrían describir la enseñanza de Spinoza como ‘atea’. Nadie se ha expresado más sublimemente sobre la divinidad que Spinoza».

A mediados del siglo XIX, la identificación de Dios con la naturaleza, o con el mundo, era vista como la característica distintiva del panteísmo; en 1836, S. T. Coleridge equiparó el panteísmo con «cosmoteísmo, o la adoración del mundo como Dios». En lugar de negar el mundo, el panteísmo lo deifica. Los teólogos cristianos consideran esta doctrina una herejía precisamente porque borra la diferencia entre Dios y la creación, una diferencia a menudo marcada por la palabra «trascendencia». Spinoza puede obligarnos a reconocer la trascendencia divina, pero no la niega. De hecho, los conceptos teológicos de inmanencia y trascendencia, considerados como términos opuestos, no surgieron hasta finales del siglo XVIII.

En la Ética, la diferencia entre Dios y el mundo radica en la palabra monótona pero críptica «en»: «Lo que sea que fuere, es en Dios [en Deo est]». En 1943, Étienne Souriau, una filósofa brillante pero ahora ignorada que contribuyó a un notable renacimiento de Spinoza en Francia, sugirió que «el significado de la pequeña palabra ‘en’ es la clave de todo espinozismo». ¿Está el mundo disuelto (acosmismo) o deificado (panteísmo) en Dios-o-Naturaleza? ¿O el mundo está basado en un Dios trascendente en el que las entidades reales «viven y se mueven y tienen su ser»? ¿Y qué diferencia implica esto en la forma en que nos entendemos a nosotros mismos y en como vivimos, que es la cuestión decisiva de la Ética?

En su última carta a Henry Oldenburg, escrita en febrero de 1676, Spinoza resumió concisamente la conclusión de su Ética: el mayor bien humano es «la paz mental y el conocimiento y el amor a Dios». Al mismo tiempo, no dudó en criticar la religión oficial. Debería ser evidente, continuó, que “cuando las Escrituras dicen que Dios se enoja con los pecadores y que él es un juez, que se entera de las acciones de los hombres, toma decisiones sobre ellos y dicta una sentencia, están hablando en términos humanos y de acuerdo con las opiniones aceptadas de la gente común, porque su intención no era enseñar filosofía». En esta carta final, Spinoza también advirtió a Oldenburg que podía aceptar la doctrina de la resurrección de Cristo solo «alegóricamente». A lo largo de su carrera, se había resistido a las súplicas de sus amigos para convertirse al cristianismo porque valoraba sobre todo su libertad de filosofar. También rechazó la oferta de tener una cátedra universitaria por la misma razón.

Spinoza no publicó la Ética en vida, le legó esta tarea al pequeño círculo de amigos devotos que habían estado leyendo y discutiendo su trabajo en progreso desde los principios de la década de 1660. Entre el 21 de febrero de 1677, fecha de la muerte de Spinoza, y la publicación de su opera postuma en los primeros días de 1678, estos amigos se encargaron de sus manuscritos y cartas. Mientras Stensen se encontraba ocupado denunciando la Ética en el Vaticano, en silencio produjeron una edición holandesa, De nagelate schriften, así como la opera latina. Su tarea editorial fue formidable: Spinoza es un escritor escaso, a veces elíptico, y un solo sustantivo o verbo puede tener un gran peso metafísico. Escrita a la manera geométrica, inspirada en los Elementos de Euclides, la Ética presenta un intrincado argumento deductivo lleno de referencias cruzadas entre sus axiomas, proposiciones, demostraciones y escolios. Debido al alto nivel de precisión que Spinoza buscó lograr mediante su método geométrico, los pequeños errores de transcripción podrían resonar en todo el edificio conceptual.

El trabajo concienzudo y valiente de los primeros editores de Spinoza, Lodewijk Meyer, Johannes Bouwmeester, Jarig Jelles, Jan Rieuwertsz y Jan Glazemaker, hizo una contribución trascendental a nuestra historia de la filosofía: sin su opera postuma, y ​​sobre todo la Ética, Leibniz, Kant, Fichte, Schelling y Hegel habrían pensado y escrito de manera diferente. Ese oscuro círculo de amigos fueron los antepasados ​​de las sucesivas generaciones de editores y traductores que han trabajado en la Ética. Como no sobrevivió ningún manuscrito de la obra, los filósofos y filólogos de siglos posteriores tuvieron que vérselas con las diferencias entre las ediciones en latín y holandés producidas en 1677. La primera traducción alemana de la Ética apareció en 1744, acompañada de una refutación de la filosofía de Spinoza por Christian Wolff, se publicó una traducción al francés en 1842 y en 1856 Marian Evans, quien pronto se convertiría en George Eliot, completó la primera traducción al inglés. Varias ediciones latinas nuevas del texto también fueron publicadas durante el siglo XIX, principalmente por eruditos alemanes. En 1925, Carl Gebhardt presentó su edición de cuatro volúmenes de toda la obra como la «edición definitiva» de los escritos de Spinoza, y durante ochenta y cinco años la Ética de Gebhardt fue de hecho la edición latina estándar del texto.

Esto cambió cuando Leen Spruit y Pina Totaro descubrieron el manuscrito de la Ética en el Vaticano en el 2010. Para ese momento, un equipo de académicos había estado trabajando durante varios años en una edición crítica del texto en latín para Presses Universitaires de France (PUF), bajo la dirección de Pierre-François Moreau. Creyendo que su volumen está cerca de completarse, podrían no ser arrojados al olvido si recibieran la noticia del descubrimiento como una bendición. Tres miembros del destacado equipo editorial de Moreau, el filólogo holandés Fokke Akkerman y los eruditos franceses de Spinoza Alexandre Matheron y Jean-Marie Beyssade, murieron durante los últimos cuatro años, dejando a Moreau y Piet Steenbakkers para completar el proyecto. Una década después de la aparición del manuscrito perdido, una Ética basada en tres fuentes del siglo XVII, la opera postuma, la traducción holandesa y el códice del Vaticano, está completa y reemplazará a la Ética de Gebhardt como la edición autorizada.

La magnífica Ética de PUF contiene una nueva traducción al francés junto con el texto latino. Está precedida por una meticulosa introducción que combina un análisis filológico detallado con la convincente historia de cómo la Ética pasó de las manos de Spinoza a las de sus lectores y editores. Su publicación coronará el ascenso de un espinozismo francés que comenzó con la publicación de los dos estudios de 700 páginas de Martial Gueroult de las partes Primera (1968) y Segunda (1974) de la Ética. A través del trabajo de Gueroult, Moreau, Matheron y otros, entre ellos Gilles Deleuze, Louis Althusser, Jacqueline Lagrée, Chantal Jaquet y Étienne Balibar, Spinoza surgió como uno de los filósofos más influyentes de la escena intelectual francesa.

El destino de la Ética en el mundo angloamericano es otra historia. En los años setenta y ochenta, la mayoría de los filósofos analíticos consideraban a Spinoza como un metafísico poco crítico y extravagante, cuyas extrañas ideas podrían, en el mejor de los casos, permitir un discurso serio toda vez que hubieran sido domesticadas. Esto a menudo significaba abstraer sus argumentos de su compromiso complejo, constructivo y crítico con las tradiciones escriturales y filosóficas judías y cristianas.

Esta recepción incómoda de la Ética en la filosofía anglófona contemporánea cambió dramáticamente con el resurgimiento de la metafísica analítica en la década de 1990. Una nueva generación de filósofos e historiadores de la filosofía rigurosamente entrenados, todos ellos en deuda con la astuta y erudita traducción de la Ética de Edwin Curley, encontraron inmensamente atractivo el estricto naturalismo de Spinoza, su sistemática, intransigente y profunda aversión hacia las ilusiones antropocéntricas. Don Garrett y Michael Della Rocca hicieron un trabajo innovador que reposicionó a Spinoza como un racionalista meticuloso. En 2017, Della Rocca reunió a veinticinco académicos para producir The Oxford Handbook of Spinoza, en gran parte dedicado a cuestiones metafísicas derivadas de la Ética y, desde entonces, OUP ha publicado importantes libros sobre la metafísica de Spinoza leída por los filósofos norteamericanos Sam Newlands y Martin Lin, así como una nueva colección de documentos sobresaliente de Garrett. La reciente explosión de los estudios sobre Spinoza, y de la metafísica y la epistemología contemporáneas inspiradas en Spinoza, ha resultado en una profunda reorientación tanto de la filosofía analítica como de la continental. En muchos sentidos, Spinoza está reemplazando a Kant y Descartes como la brújula y la línea divisoria del pensamiento moderno.

Parte del atractivo de Spinoza es su disposición a seguir la razón a donde sea que lo lleve. Permaneciendo deliberadamente fuera de las comunidades judías y cristianas, Spinoza adquirió una visión notablemente perspicaz de intuiciones y prejuicios dados por sentados. Al no reconocer ninguna autoridad más allá del poder de sus argumentos, presentó su razonamiento de la manera más transparente, como si desafiara a sus oponentes a desafiar la validez de sus inferencias.

Si bien la audacia filosófica y la precisión respaldan el poder intelectual del espinozismo, el elemento religioso de su pensamiento sigue siendo crucial. Durante siglos, la Ética ha sido cuestionable en términos religiosos, y cuando la leemos hoy debemos tomar en serio la cuestión de la religión. La mejor manera de tratar el tema es como una pregunta genuinamente abierta, ya que la religión de Spinoza no encaja fácilmente en ninguna categoría preexistente. Al igual que Tomás de Aquino, la religión no es aquí un sistema de creencias, sino una virtud: la virtud de honrar a Dios. En la Ética, Spinoza considera la religión junto con otras virtudes como la piedad, la nobleza, la generosidad y la fortaleza. Sin ocultar su desprecio por las imágenes supersticiosas y antropomórficas de Dios, Spinoza pregunta qué significa conocer y amar al Dios que fundamenta nuestra existencia.

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El último libro de Clare Carlisle es Filósofo del corazón: la vida inquieta de Søren Kierkegaard, 2019, y es la editora de la Ética de Spinoza traducida por George Eliot, 2020.

Yitzhak Y. Melamed es profesor de la cátedra de filosofía Charlotte Bloomberg en la Universidad Johns Hopkins, y es autor de La metafísica de Spinoza: sustancia y pensamiento, 2013.

Obras citadas

Œuvres IV: Ethica / Éthique por Benedict de Spinoza, editado por Fokke Akkerman y Piet Steenbakkers, traducido por Pierre-François Moreau (744pp. Presses Universitaires de France).

Naturaleza y necesidad en la filosofía de Spinoza por Don Garrett (552pp. Oxford University Press).

Reconceiving Spinoza por Samuel Newlands (304pp. Oxford University Press).

Tomado el 15 de mayo de 2020 de The Times Literary Supplement (Mayo 15 de 2020 # 6111). Disponible en: https://www.the-tls.co.uk/articles/god-intoxicated-man-spinoza-philosophy-essay/?fbclid=IwAR3dFg_hD70u0Cir96lbSzoNocXVH_n_ld7B5w6MpOX5fy2j-Qvb-5R6Nng