Hablar con cierto detenimiento de esta obra tan relevante del científico, naturalista y representante del cosmismo ruso, Vladimir Ivánovich Vernadsky / Влади́мир Ива́нович Верна́дский (1863-1945), nos retrotrae, por fuerza mayor, a aquellas primeras décadas del siglo XX en las que, desde diferentes ramas de la ciencia, se consuma un giro de gran calado en la perspectiva desde la que se concibe la vida. Es verdad que, si hemos de atenernos con rigurosidad a lo acontecido históricamente, el concepto como tal de biosfera, central en el enfoque bio-geo-químico de Vernadsky, late implícitamente, a finales del siglo XIX, en la obra Hydrogéologie (1802), escrita por el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck y un tiempo después, es ya utilizado por el geólogo austriaco Eduard Suess (a través de su obra Die Entstehung der Alpen / La formación de los Alpes (1875)), donde, entre otras tesis asociadas a la orogénesis, establece una distinción entre la zona terrestre -la litosfera- y la capa superficial donde desenvuelve la vida orgánica). Pero es V. I. Vernadsky, todo hay que decirlo, quien desarrolla con mayor profundidad el concepto a partir de un criterio decididamente sistemático y bajo la inspiración del enfoque comprensivo universal de lo vivo que se expande, durante los siglos XVII y XVIII, en la filosofía natural europea dominada, sobre todo, por Carl Nilsson Linnæus y George-Louis Leclerc (Conde de Buffon).
Teniendo todo lo anterior en cuenta, resulta hasta cierto punto comprensible el acerado e incisivo ataque que V. I. Vernadsky dirige a la biología que emerge en el horizonte académico de finales del XIX y principios del XX. En primer lugar, porque gran parte de las teorías biológicas, y no olvidemos que en aquel periodo se están consolidando las bases conceptuales para la introducción de las leyes de la física y de la química en el estudio de los sistemas biológicos, consideran el organismo vivo como una entidad aislada cuya actividad puede neutralizarse gnoseológicamente fuera del contexto en el que se asienta. Y en segundo lugar, porque las corrientes imperantes en la biología de aquella época, esto es el vitalismo y el materialismo, contienen una excesiva carga filosófica que impide, a su entender, un estudio estrictamente empírico de la materia viva. De ahí que Vernadsky se incline por incluir en su obra el término de “materia vital” (zhivoe veshchestvo) -la totalidad de todos los organismos presentes en la tierra en un periodo dado-, como un fenómeno observable, y no de la “vida”, ya que se considera que este concepto resulta equívoco, impreciso, plagado de inexactitudes devenidas del mundo de la filosofía o de la religión.
Con todo, quien se adentre en la lectura sosegada de esta influyente aunque escueta obra (compuesta de apenas 146 páginas) descubrirá con sorpresa, ya que su destino corrió por un proceso de divulgación tardía en el resto de Europa (se publica por primera vez en la Unión Soviética en 1926, se traduce en lengua francesa en 1929 y por vez primera en inglés en 1997), una visión original a escala planetaria que lleva a repensar las relaciones entre lo vivo y lo inerte. No obstante, V. I. Vernadsky fue más conocido hasta los años 60 por sus trabajos en el campo de la mineralogía y de la geoquímica que por ser el fundador del concepto “biosfera” (aunque no le faltarán en este periodo portavoces de relevancia como George E. Hutchinson -el padre de la ecología-, Alexander Petrunkevitch, Pierre Duvigneaud o M. Tanghe). Se tendrá que llegar hasta la década de los ochenta para asistir a un fenómeno sorprendente que el historiador de la ciencia Jacques Grinevald califica, con acierto a nuestro entender, como “la invisible revolución vernadskiana”. Ahora bien, V. I. Vernadsky sigue siendo bastante desconocido para el gran público. Su teoría sobre la biosfera y acerca de los procesos biogeoquímicos ha tenido mayor predicamento sobre todo en los campos especializados de la mineralogía genética, hidrogeoquímica, radiogeología, etc. Pero una cosa parece evidente. La Biosfera pone encima de la mesa por primera vez las bases conceptuales que nutren el imaginario del modelo holístico de la tierra como sistema homeostático, representado años más tarde por la archiconocida hipótesis Gaia del químico atmosférico británico James Lovelock y de la bióloga estadounidense Lynn Margulis, que, por cierto, tantas controversias y, en ocasiones, malentendidos ha suscitado en los últimos tiempos. En ese sentido, descubrir el trabajo de V. I. Vernadsky permite desechar ciertas ideas preconcebidas que se encuentran muy arraigadas en cierto discurso intencionadamente ecológico. Pero, por otro lado, no es posible negar que el análisis de V. I. Vernadsky, tal y como sostiene Ramón Margalef, queda bastante desfasado si nos atenemos a los avances y desarrollos que se han llevado a cabo en el campo de la geología desde el periodo en el que escribió su obra hasta nuestros días.
Yendo ya a los contenidos y desde una perspectiva estrictamente formal, el libro está estructurado en dos secciones que deben ser consideradas como complementarias. La primera de ellas se titula “La Biosfera en el cosmos” y pone el acento en desarrollar una fundamentación de la idea de que la biosfera conforma una región en permanente dinamismo donde se produce la transformación masiva de las radiaciones cósmicas en energía activa (ya sea ésta eléctrica, química, mecánica, termal, etc.). Desde este punto de vista, es la materia viva el agente de transformación por antonomasia. En la segunda parte del libro, titulada “El dominio de la vida”, V. I. Vernadsky analiza el alcance expansivo de la vida (con sus frenos y limitaciones) en todos los rincones del planeta, desde la profundidad ignota del océano, pasando por las frondosidades boscosas de la tierra, hasta los confines más altos de la atmósfera.
Profundicemos un poco más en el asunto. Para V. I. Vernadsky, la biosfera constituye una capa superficial de la Tierra (compuesta de materia orgánica e inorgánica) que desempeña un papel principal en el mecanismo evolutivo de ésta, en la medida en que la influencia de los rayos cósmicos y la energía solar transforma la materia existente en materia apta para el estímulo de procesos biológicos. La epidermis terrestre, por lo tanto, no debe contemplarse meramente como sede de la materia, sino que más bien es preciso tener en cuenta su inherente conexión con los procesos vitales (sin caer por ello en un nexo causal mistérico, ya que V. I. Vernadsky nunca aceptó la teoría de la abiogénesis). Se trata, en consecuencia, de una capa geosférica de gran dinamismo, ya que es allí precisamente donde se produce el intercambio y la transformación energética gracias a las fuerzas cósmicas y a las radiaciones solares. Este mecanismo concreto, en realidad, genera, directa o indirectamente, múltiples transformaciones en las geoesferas restantes y, por consiguiente, se muestra como un eficiente indicador para analizar la evolución de la tierra. No hay que olvidar que, en el modelo de V. I. Vernadski, nuestro planeta consta de cinco capas interactivas diferentes:
- Litosfera: núcleo de roca y agua;
- Biosfera: constituida por la vida;
- Atmósfera: envoltura gaseosa que constituye el aire;
- Tecnosfera: resultante de la actividad humana;
- Noosfera o esfera del pensamiento o de la razón (sfera razuma / tsarstvo razuma).
La importancia de lo dicho por V. I. Vernadsky radica en esencia en la constatación de que la biosfera es una especie de catalizador que lleva a cabo la transformación energética dependiente de las radiaciones que provienen del entorno cósmico y, especialmente, del sol. Dicho de otra manera, en la biosfera se produce la conversión en energía geoquímica a través de la materia viva y, por lo tanto, ésta se convierte en la fuerza más poderosa en la evolución geoquímica terrestre. No se trata de un asunto baladí, en la medida en que los geólogos y los geoquímicos de aquella época, en su gran mayoría, no reconocían la influencia de la materia viva sobre la química planetaria. Para V. I. Vernadsky es todo lo contrario. Los organismos vivos participan de la evolución geológica de la tierra, al crear una presión en el entorno debido a la reproducción, nutrición y la respiración, pero también al impeler la circulación de todos los elementos químicos en las restantes geosferas. Esta perspectiva holística tiene sin duda su origen histórico en el periodo en que V. I. Vernadsky estudiaba en la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de San Petersburgo, donde recibe las enseñanzas de científicos tan destacados como los químicos A. M. Butlerov (formulador de la teoría atómica), D. I. Mendeleev (creador del sistema periódico), el botánico (y uno de los primeros evolucionistas de Rusia) A. N. Beketov o el científico de suelos y geólogo V. V. Dokuchaev (uno de los padres de la edafología).
Ahora bien, es preciso insistir en que en la obra de V. I. Vernadsky no hallamos una identificación o entrelazamiento pleno entre la biosfera y la materia viva. La biosfera es algo muy distinto. Se trata de la geosfera superior que abarca una de las grandes regiones concéntricas del planeta, esto es, la corteza terrestre. Desde este punto de vista, nos encontramos con un campo termodinámico primario que se encuentra al margen de los organismos vivos, concebidos éstos como sistemas que mantienen equilibrios secundarios.
“los organismos están aislados en la biosfera, y en el campo termodinámico de la misma reviste importancia para ellos en la medida en que delimita la región donde pueden desarrollarse sus sistemas autónomos, pero no determina su campo interno”. (Página 121).
De hecho, el metódico análisis de V. I. Vernadsky a este respecto permite identificar en la estructura de la biosfera siete tipos de materia, a saber:
- Materia viva (equivalente a la totalidad de los organismos vivos, casi de modo similar a lo planteado por Lamarck);
- Materia Biogénica (materia generada a partir de procesos impulsados por los organismos vivos);
- Materia inerte o “kosnoe” (dimensión abiótica, es decir materia generada a partir de procesos en los que no tiene participación los organismos vivos);
- Materi bioinerte o “biokosnoe” (materia originada tanto por organismos como por procesos físico-químicos);
- Sustancias generadas en las fases de desintegración radiactiva;
- Átomos dispersos;
- Sustancias de origen cósmico.
Más allá de esta clasificación, más o menos exhaustiva, lo realmente importante en la tesis de V. I. Vernadsky es que, por primera vez, la biosfera terrestre es concebida como un sistema dinámico integral controlado por la materia viva. No es casual que Lynn Margulis y Dorion Sagan (1995) atribuyan al trabajo del geoquímico soviético un alcance similar al que obtuvo la teoría darwiniana pero, en este caso para el espacio. En otras palabras, si Charles Darwin otorga estatuto científico al principio transformista de las especies, V. I. Vernadsky demuestra que todas las formas de vida parten y se originan de un espacio unificado: la biosfera. Esta perspectiva evolutiva contiene, a todas luces y de modo germinal, un trasfondo de sentido que muestra similaridades con un enfoque neguentrópico, en la medida en que, según A. G. Lapenis (2002), los planteamientos de V. I. Vernadsky, afines a un determinismo extremo, reconocen en cierta medida una “evolución dirigida” tendente a favorecer la vida.
Añadamos algo más. En esta obra no cabe entender la tierra no como un cuerpo que mantiene procesos homeostáticos cerrados, sino que más bien hay una relación de retroalimentación con lo “externo”. Podríamos añadir, incluso, que el dualismo entre lo “interno” y lo “externo” se relativiza o desaparece a la hora de referirnos a la biosfera. Y en este punto V. I. Vernadsky se detiene para centrase en la ilustración de varios ejemplos: la mezcla derivada de la llegada de meteoritos a la Tierra o la similitud entre la composición de las partes externas de la tierra y la del sol y las estrellas (p. 58). En esencia, la tierra es un sistema abierto, ya que las capas exteriores mantienen una relación constante con el medio cósmico y se influyen mutuamente. Eso, sin duda, acarrea consecuencias directas en el modo en que se concibe la composición de la corteza terrestre y la capa envolvente: la biosfera. Con ello, en última instancia, V. I. Vernadsky nos hace entender que la biosfera constituye un mecanismo a la par terrestre y cósmico. Y el puente entre ambas dimensiones sería la materia viva y su capacidad de transformar, a través de la fotosíntesis, la energía solar en energía química.
“La Biosfera es la única región de la corteza terrestre donde se asienta la vida. La vida se concentra en la biosfera, la fina epidermis de nuestro planeta; todos los organismos anidan en su seno y se mantienen perpetuamente separados de la materia inerte circundante por un límite claro e infranqueable. Jamás organismo alguno ha sido engendrado por la materia inorgánica. Cuando vive, muere y se destruye, el organismo restituye sus átomos a la biosfera, de quien los retoma cíclicamente: la materia viva se origina, sin excepción, en la propia vida”. (Página 69)
A la luz de todo lo dicho, resulta muy significativo destacar que para V. I. Vernadsky existe en la geoquímica planetaria otra cara de la moneda que se caracteriza por la existencia de límites en la transmisión o expansión de la vida que están íntimamente condicionados por las propias propiedades y rasgos que posee la Tierra. En ese sentido, V. I. Vernadsky, guiado por su pretensión empírica-objetiva, no duda en aplicar fórmulas matemáticas de predicción evolutiva, expresada en una constante que se encuentra determinada por la conjunción entre la velocidad de transmisión de la materia viva, por un lado, y la distancia máxima que le resulta abarcable por otro.
“Confirma la necesidad de que consideremos los fenómenos vitales como un componente del mecanismo de la biosfera, ya que las funciones desempeñadas por la materia orgánica en el mecanismo exacto y complejo de la misma repercuten profundamente en las propiedades y estructuras de los seres vivos”. (Página 108)
Dicho en román paladino, los organismos, a pesar de desempeñar un papel activo en la dinámica terrestre, se han adaptado también de modo simultáneo a lo largo de un tiempo prolongado a los parámetros compositivos y a las condiciones físicas de la biosfera. De esta forma, articulando a la vez la habilidad adaptativa y un inmenso poder transformador, la vida logra asentarse en el medio inerte de la biosfera.
Ahora bien, el proceso evolutivo no queda constreñido en la actividad que la materia viva desarrolla en la biosfera. V. I. Vernasky habla sin tapujos de que la biosfera, desde una óptica sintética, aglutina el factor geológico, el biológico pero también la acción humana. Bajo este enfoque, resulta sumamente interesante, por lo avanzado de su tesis, que la actividad humana (a través de la ciencia y de la tecnología) se convierta en un factor geológico prominente que tiene efectos decisivos en los procesos globales de la tierra. Se forma así una última esfera, la noosfera (término que gesta a través del contacto con Pierre Teilhard de Chardin y Edouard Le Roy durante la estancia de V. I. Vernadsky en la Sorbona en los años 1922 y 1923). Se trata de la última fase en la transformación cualitativa de la biosfera en la que la humanidad consigue generar fuentes de energía a través de la transmutación nuclear de los elementos. A partir de trabajos como los de James D. Dana y Joseph LeConte, V. I. Vernadsky identifica un papel substancial del hombre en la dinámica evolutiva y en la trasformación potencial de los procesos geoquímicos terrestres. De hecho, señala que la biosfera se está transformando en noosfera debido al desarrollo científico y a las actividades humanas basada en ello. Así pues, V. I. Vernadsky está firmemente convencido de que en ello han actuado las siguientes causas:
- El reasentamiento de Homo sapiens en todo el planeta y su victoria en la competencia con otras especies biológicas;
- El desarrollo de sistemas de comunicación planetarios;
- El descubrimiento de nuevas fuentes de energía como la atómica;
- La victoria de las democracias y el acceso a la gobernanza de las masas;
- La creciente participación de las personas en la ciencia.
En suma, la ciencia se convierte en un nuevo tipo de energía bio-geo-química (energía de la cultura humana o energía cultural bio-geo-química) que condiciona la evolución geológica del planeta. Es importante hacer hincapié en que Vernadsky concibe este proceso como una fase ulterior de la evolución terrestre que asienta sus raíces millones de años atrás, y no como un resultado de la voluntad libre del ser humano (G. S. Levit -2001- habla aquí de una “teleología natural indeterminada”). Es cierto que no han faltado las críticas que destacan cierta endeblez para desarrollar los puntos de unión y los procesos de transición entre la biosfera y la noosfera (véanse al respecto G. S. Levit, A. G. Lapenis…). No obstante, V. I. Vernadsky se muestra optimista (al punto de que puede hablarse de un posicionamiento utópico), en tanto que, a pesar de los numerosos ejemplos históricos de destrucción humana, el hombre es capaz de vivir en armonía con la biosfera.
En suma, un libro fundamental para aquel lector que desee, más allá reduccionismos o creencias infundadas, internarse en los orígenes históricos, científicos y filosóficos que marcan el imaginario holístico de la ecología contemporánea.
Referencias bibliográficas esenciales:
Lapo, A. V. (2000). V. I. Vernadsky: pro et contra. St. Petersburg: Russian Christian Institute Press.
Bailes, K. E. (1990). Science and Russian Culture in an Age of revolutions: V. I. Vernadsky and his Scientific School, 1863-1945. Bloomington: Indiana University Press.
Levit, G. S. (2001). Biogeochemistry-biosphere-noosphere: the growth of the Theoretical System of Vladimir Ivanovich Vernadsky. Berlín: VWB.
Smil, V. (2002). The Earth`s Biosphere: evolution, dynamics and change. Cambridge: The MIT Press.