Reseña bibliográfica: Daston, L. (2019). Against Nature. Cambridge, MA: MIT Press.
Por Carlos Hugo Sierra
Con esta concisa pero enjundiosa obra, se saca a la palestra, a modo de síntesis, algunas líneas reflexivas más sobresalientes de una de las estrellas más rutilantes de la historia de la ciencia contemporánea. Lorrain Daston, directora emérita del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia (MPIWG) en Berlín, es impulsora (a través de sus conocidos trabajos sobre la objetividad mecánica, de la atención científica o de los objetos científicos) de un campo de estudio emergente que se ha venido a denominar “epistemología histórica”. En este caso concreto, cabría advertir sin embargo un significativo giro de enfoque, ya que el análisis que alberga este ensayo de apenas 70 páginas entra de lleno en determinados asuntos clave sobre los que tradicionalmente se ha ocupado la antropología filosófica (en la línea, tal vez, de autores como Michael Tomasello o de Joseph Henrich y sin olvidar, por supuesto, a clásicos como Arnold Gehlen). Es preciso hacer notar, con todo, que en la destacada trayectoria de Daston podemos detectar ciertos precedentes que van sin duda en esta dirección, puesto que gran parte de sus escritos de estos últimos años han estado rondando, de una u otra forma, en torno al tema del orden natural (Wonders and the Order of Nature, 1150-1750, 1998; The Morality of Natural Orders: The Power of Medea and «Nature’s Customs versus Nature’s Laws, 2022; The Moral Authority of Nature, 2003; Natural Law and Laws of Nature in Early Modern Europe, 2008). Desde este punto de vista, esta escueta obra puede ser concebida, a todas luces, como una especie de extracto muy sumario de toda esta investigación precedente.
Dicho esto, conviene, en primer lugar, que reparemos con cierto detenimiento en el titulo mismo del libro, ya que un lector despistado puede incurrir, muy probablemente, en un equívoco sustancial. No es que la autora construya un libelo contra la naturaleza en sí misma, sino que más bien lo que trata es de poner en evidencia ciertos mecanismos y tipologías que subyacen a aquella idea, de gran importancia en la historia cultural occidental, que reconoce en la naturaleza una fuente legítima preeminente de la que emana la autoridad sobre la moralidad humana. Aquí no hay, dejémoslo claro, una estrategia a priori de denigración gratuita. Más bien la constatación firme de un hecho empírico, e incluso el interés por proporcionar algo de luz en torno a la fijación histórica por la naturaleza como referencia central en la conformación del orden social.

Teniendo en cuenta este contexto, en las lógicas soterradas que marcan la relación tan estrecha de lo natural y lo cultural, Daston establece una tesis que auspicia la distinción entre el contenido de las normas específicas (por ejemplo, las que prohiben robar o mentir porque es considerado malo por la colectividad) y una afirmación, más general, de lo que los filósofos consideran como normatividad (Capítulo 6. The very idea of order, pp. 55-65). La normatividad es algo más duradero que las normas específicas. Tiene que ver con la capacidad de descubrir el deber ser frente a lo que es, es decir, ese orden que se encuentra en el trasfondo, ese estrato profundo de coherencia y generalidad desde el que aflora toda norma concreta. Si no se da esa normatividad bajo sus condiciones mínimas, aparece el caos. Desde ese punto de vista y siguiendo las tesis del conocido filósofo e historiador de la ciencia canadiense Ian Hacking (que ponen el acento en la mediación representacional del hombre como homo depictor), la naturaleza alberga esa normatividad que, posteriormente, se traslada al orden moral humano.
Esta exploración de la normatividad, asimismo, lleva a la autora a esbozar una tipología rudimentaria, aunque en modo alguno anecdótica, que hace alusión directa a los diferentes modelos de orden más sobresalientes (naturalezas específicas, naturalezas locales, leyes naturales universales) que han exhibido una contumaz recurrencia a lo largo de la historia occidental (puesto que está obra no presta atención a otras latitudes culturales) y que serán objeto de atención en los siguientes capítulos.
En primer lugar, es bien sabido que el concepto de “naturaleza” alberga una complejidad inherente de sentido y, en consecuencia, se expone a numerosas interpretaciones y significados. Sin embargo, la autora repara en aquella significación que se ha mantenido inalterada y vigente pese al transcurrir del tiempo: la naturaleza como esencia genuina de cualquier fenómeno, lo que hace que una cosa sea lo que es y no otra distinta (Capítulo 2. Specific Natures, pp. 7-15). Esto no es algo secundario porque la idea de que la naturaleza posee una naturaleza específica, o sea, un principio constituyente (llámese physis -Φύσις- o natura), un sustrato causal subyacente de su manifestación particular (en forma, comportamiento y tendencia) genera el escenario onto-epistemológico propicio para el afloramiento de la estructura de vínculos y agrupaciones (expresado en órdenes clasificatorios y taxonomías) que vertebra el universo. De hecho, al ser una idea fundacional que se nutre de un hipotético trasfondo invariable, es posible erigir agrupamientos categoriales con los que fundar un horizonte sistemático de comprensión sobre la naturaleza. No es en modo alguno casual, por tanto, que la supervivencia histórica de esta presunción, expresada en la adopción sucesiva de diversas versiones de si misma, deje un rastro de continuidad que va, desde la etapas más significativas de la cultura de la Grecia antigua (con aquellos filósofos de la cosmología natural -Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Heráclito, Parménides y compañía- que buscaban el principio interno de las cosas o arkhé -ἀρχή-), hasta llegar a la metafísica tecno-científica que, en la modernidad, acompaña a las instrucciones genéticas desde las que se dirige el desarrollo de todo organismo vivo. No obstante, tengamos también presente que el ideal de autenticidad asociado a esta categoría puede verse seriamente amenazado, aunque paradójicamente también servir como estímulo reforzante, con ciertas perturbaciones de su integridad provocadas por la irrupción de lo teratológico, esto es, la anormalidad monstruosa que logra traspasar las fronteras compactas de las especies.
Siguiendo esta línea analítica, Daston pasa a prestar atención a la localización, esto es, a la naturaleza local (compuesta por flora, cima y geología…), en la medida en que ejerce una influencia en las costumbres particulares en un determinado territorio (también denominadas gestalt locales distintivas) y comparten, además, la misma regularidad (dicho con otras palabras, physis -Φύσις- y nomos –νόμος– aquí cooperan mutuamente). Por definición las naturalezas que surgen de la interrelación de organismos y topografías (Capítulo 3. Local Natures, pp. 15-23) no pueden considerarse uniformes ni universales, pero, en todo caso, son predecibles dentro de unos límites geográficos. A través de la naturaleza local se establece un lazo metafísico con las costumbres y los hábitos humanos, algo que ya está presente en los tratados de la antigua Grecia (y en este punto habría que destacar Hipócrates de Cos, por ejemplo, en su tratado Sobre los aires, aguas y lugares) y recibe un nuevo impulso durante los siglos XVII y XVIII (especialmente, con la figura de Montesquieu y su De l’esprit des lois de 1748), cuando se desarrollan las más diversas teorías en el campo de la historia natural y de la teología natural en torno a los sistemas naturales (con Carl Nilsson Linnæus, Ernst Haeckel a la cabeza). La armonía global de lo natural, convertida en contraparte auto-regulada del mundo humano de las costumbres (en forma de organismo o máquina) debe enfrentarse al factor disolvente del desequilibrio como prototipo de la intromisión perturbadora de aquella. Todo, en resumidas cuentas, se ve amenazado por una catástrofe, acontecimiento excepcional que adopta en muchas ocasiones y a ojos del hombre la forma de una naturaleza “vengativa”.
Bajo otra forma, la regularidad de la naturaleza, al punto de convertirse en una ley imperturbable, define un orden que no admite excepciones y que tiene como proyección alegórica de su precisión y exactitud a la mecánica celeste (Capítulo 4. Universal Natural Laws, pp. 23-33). Por lo tanto, no cabe achacar la ruptura o violación de este tipo de orden a una causa de carácter terrenal, sino a algún hecho que está por encima de nuestro entendimiento y que se enmarcaría en lo que habitualmente se conoce como milagro. A pesar de que, detrás de esta concepción de lo natural, hay una larga y prolongada historia, como tal el concepto de ley natural emerge en el transcurso del siglo XVII (con la famosa revolución científica) mediante una combinación de teología, filosofía natural y matemática. Ciertamente, la idea de ley natural se inspira en la presunción de un legislador divino (presente, de una u otra forma en las obras de René Descartes, Robert Boyle o Isaac Newton). Conforme pasa el tiempo, la intervención, a un nivel u otro, de la divinidad acaba siendo difuminada en un mecanismo autosuficiente de auto-regulación (como el mecanismo de un reloj), de tal manera que se transforma en una metáfora metafísica secular que, desde los remotos confines del universo, se traslada en la modernidad al ámbito humano.
A Daston no se le escapa que, en este asunto, hay un componente subterráneo en torno al fenómeno de ruptura del orden natural (ya sean la naturaleza específica, la naturaleza local o la ley natural) que tiene que ver con la vivencia emocional provocada de manera repentina (Capítulo 5. The Passions of the Unnatural, pp. 33-45). Todo este tipo de perturbaciones, en resumidas cuentas, propicia el afloramiento de la dimensión subjetiva que difumina las demarcaciones entre lo moral y lo natural, a la vez que hace alusión a ese orden (ratificado o destruido) que se ve amenazado por la sombra de lo antinatural. Para la autora, indagar en el corazón de esta tipología pasional tiene su razón de ser, ya que su intensidad contribuye a resaltar los perfiles del orden natural, en sus diferentes variantes. Por otra parte, este horizonte de pasiones conducen a otro tipo de intuiciones morales fundamentales. De ahí su importancia para la experiencia humana.
Visto a vuelapluma, podemos sacar la conclusión de que la autora, aunque tampoco profundiza en demasía sobre ello, reconoce de pasada que hay otras fuentes de analogía disponibles (procedentes de la invención humana), aunque éstas no han conseguido hacer sombra a la potencia de evocación que atesora la naturaleza. Con todo, esta circunstancia viene a revelar, lo que no es poco, el carácter contingente de la relación forjada en términos morales del mundo natural con el universo de lo humano. Pero dejemos clara una cosa. De la dimensión circunstancial de esta convergencia no se extrae necesariamente su carácter irracional, más bien todo lo contrario. La razón humana, cuya irradiación adquiere matices particulares en cada contexto histórico, descansa también sobre una base natural, esto es, en la propia constitución física (y aquí, por supuesto, viene a la mente toda la tradición proyectiva del cuerpo como contraparte alegórica del orden político que ejemplifica de modo esplendente Thomas Hobbes –Leviathan, 1651- o las proyecciones desveladas por Friedrich Dessauer –Philosophie der Technik. Das Problem der Realisierung, 1927- en su exploración filosófica de la técnica), lo que convierte a la naturaleza, al revestirse de un halo de objetividad convincente, en la razón más inmediata y poderosa que se dispone. La razón humana, en suma, puede entenderse como un mecanismo cognitivo que, en todo caso, no es posible apartar de nuestra naturaleza como seres sociales, naturales y encarnados.
Hay otro aspecto que sería deseable recalcar y que tiene que ver con el recurso de la naturaleza para la imposición de un discurso o de un modelo político determinado. Para Daston, la naturalización de las relaciones socio-económicas, aspecto que ha servido, o ha sido intencionalmente utilizado, para identificar un orden pre-político o un limite absoluto e infranqueable con el que consolidar estrategias persuasivas de legitimación en las democracias occidentales (y que ha sido, por ejemplo, objeto de preocupación de autores como Bruno Latour, Erik Swyngedouw o William Leiss), se ve aureolada de una dominancia mucho más comedida de lo que pudiera parecer en un primer momento en cuanto se constata, como se ha venido haciendo a lo largo de este ensayo, la multiplicidad de órdenes naturales que se esconden entre bambalinas del argumentario político.
Ciertamente, Against Nature, es susceptible de generar un sentimiento ambivalente. Por un lado y lejos de la rica erudición de otras obras de Lorraine Daston, contiene suficientes mimbres para abrir una reflexión profunda e interesante en diferentes direcciones sobre la cuestión de la naturaleza como discreta guía de conducción en la fugaz vida humana. Un lector más agudo tal vez considere, por otra parte y no sin razón, que este trabajo, por su limitada amplitud, se queda manifiestamente corto en el abordaje de un problema que, a todas luces, presenta una mayor envergadura. Sea como fuere, este trabajo sirve como útil puerta de entrada, como valioso preludio propedéutico de un tema que, en una época de tintes sombríos y crepusculares como es nuestro presente más inmediato, evidencia una importancia y repercusión sobresalientes.